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¿Cinismo O confusión?
¿Cinismo O confusión?
Por: Luis Herrería
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Sábado 15 Diciembre 2012 | 00:00

A los cabecillas ecuatorianos de la falsaria “revolución ciudadana” los exalta la obsesión porque los califiquen como académicos o como intelectuales. Al grupo de los primeros jactanciosos corresponden inclusive los que adquieren certificados mañosos con los que desempeñan altos cargos públicos, haciendo tabla rasa de las pruebas que demuestran su avilantez, que en un Estado de Derecho daría lugar al castigo con una pena por el delito cometido. Los autodenominados intelectuales que salen a escena de tarde en tarde, siempre adoptan poses que las imitan seguramente de algún bohemio que conocieron en sus años de despreocupada juventud.

 

Uno de estos “intelectuales” tuvo la osadía de expresar con total desenfado que la división tripartita de los poderes establecida por Montesquieu y que se aplica en todos los países democráticos, no es de origen divino y por tanto no tenía la calidad de inmutable.
Dicho funcionario, como todos los miembros del jolgorio palaciego, tan solo cumplen el sumiso papel de aplaudir todo lo ordenado por su protector, siendo así que les parece una gran obra para el Ecuador que desde el 2008 rija una Constitución que ya no es de Derecho sino de derechos, los cuales les resulta de más fácil violación. Charles-Louis de Secondat, señor de la Bréde y Barón de Montesquieu, adquirió su bien merecida fama con la más densa y compleja de sus obras “El espíritu de las leyes”, que publicó en 1748, interesado en fundamentar la libertad mediante una adecuada separación de las tres formas en que puede manifestarse el poder. Es que para elaborar tan monumental obra, que no puede ser trastocada por los gondoleros de una nave que está al garete en lo mental y en lo moral, Montesquieu se esmeró en constantes incursiones en la historia de la Humanidad; referencias a costumbres y leyes de los más dispares y remotos países; indagaciones sobre la fisiología en respuesta a temperaturas bajas o elevadas; alegatos humanitarios contra la tortura o la esclavitud; consideraciones sobre al alcance social de las religiones; especulaciones sobre comercio y fiscalidad; excogitaciones sobre demografía y población; una larga reconstrucción del Derecho y, entre otras muchas cosas, reflexiones sobre las características de los diferentes gobiernos.
Cuanta razón tuvo D’Alembert cuando aseguró que “El espíritu de las leyes” es un libro destinado a hombres que piensan. Muy diferente al mamotreto de Montecristi para lo que contrataron a Roberto Viciano.
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