Con la Constitución redactada en la cuna del viejo luchador se expande una gama de derechos que representan la herencia de las luchas sociales, que en su reconocimiento otorgan no solo al ser humano, individualmente, la titularidad del derecho; sino que categoriza a la persona en su rol social de derechos colectivos como titulares de los derechos; además de contar, ahora si, con los mecanismos necesarios para hacer efectivo el derecho internacional de los derechos humanos, los cuales se vinculan a nuestra Constitución con fuerza impetuosa y, en su vinculante cumplimiento, sintetizan el verdadero humanismo de los derechos y la justicia como principio y fin.

Ello representa, irrefutablemente, contar con la mejor carta de derechos fundamentales del planeta; más aún si tomamos en cuenta que ésta Constitución amplía los derechos más allá de las personas, al otorgar a la naturaleza la calidad de sujeto de derechos; esto realmente debe enorgullecernos. Por ello resulta imprescindible que en nuestra interrelación social, y frente al Estado, ejerzamos estrictamente su aplicación y observancia. Toca, entonces, a todos y cada uno desde nuestro rol, convertirnos en defensores de los derechos y promotores de la justicia; defendiendo su estructura y capacitándonos para ello. 

Una verdadera revolución en tiempos modernos es una revolución de ideas criterios y pensamientos; no permitamos que nuestros derechos conculquen por los abusos de poder o por la ignorancia de los ciudadanos. Es menester que nosotros contribuyamos al respeto de los derechos, aportemos en su consecución y exijamos una verdadera justicia empezando por nosotros mismos. Empoderémonos, entonces, de todo ese contenido de principios, valores, derechos y garantías que preceptúa nuestra Constitución; que nuestras acciones vislumbren el sentimiento de contribuir ciertamente con el nuevo modelo de estado que enfoca al Buen Vivir como icono del país y de sus habitantes: “Si exigimos pero también cumplimos, eso es justicia”.