De pronto la ciudad había sufrido una metamorfosis. Las calles eran diferentes y las casas y la gente. El viejo mercado de artesanías era ahora un gran edificio con parqueadero, la plaza municipal, un pequeño centro de arte, (cine, teatro, librerías y los mejores descuentos en legumbres los martes y los jueves.)
Los comerciantes informales ahora vestían de terno y corbata y a través de sus computadores portátiles, realizaban negocios con las otras ciudades del país
Por alguna extraña razón, la ciudad que había dormido abrazada con el caos y la anarquía, amanecía como una verdadera metrópoli en la que hasta los mendigos paseaban en autos lujosos para llegar a sus oficinas y crear los mejores proyectos comunitarios.
El tráfico era controlado por policías-robots, programados para ser insobornables. El smock y los vehículos con ruidos contaminantes habían desaparecido y la delincuencia descansaba en el viejo cementerio junto a sus aliados políticos.
Las máquinas reemplazaban la mano del hombre para limpiar las calles, las aceras, y los parques donde se reunía la gente que hacía cultura con sus guitarras y poesías, mientras los dementes, que en la antigua ciudad deambulaban gritando frases obscenas, se convertían en ilustres portavoces de las buenas costumbres, realizando en cada esquina, campañas destinadas a crear buenos ciudadanos, enseñándoles a no arrojar desperdicios fuera de los botes electrónicos que empezaban el proceso de reciclaje al llegar la medianoche.
Hasta los noticieros internacionales llegaban para proyectar al mundo la repentina aparición de una ciudad moderna, organizada y culta, que sin duda serviría de ejemplo para muchas.
Sin embargo, al final de una de las calles principales y donde el asfalto empieza a perderse mientras los olores tóxicos quieren apoderarse del viento, la majestuosa metrópoli nos mostraba un abismo hecho ciudad. Allí estaban nuevamente el caos y la anarquía; los policías y políticos corruptos; los dementes gritando frases obscenas junto a los delincuentes y mendigos que saqueaban el viejo mercado de artesanías.
Allí estaba, pues, la ciudad de la incultura como disfrutando de su estado de descomposición; y lo que es peor, reclutando a sus habitantes para enviarlos a destruir a la gran ciudad dejándonos así dos opciones claras: bajar a aquel abismo y ser parte de la destrucción o evitar que los que allí habitan, suban a acabar con ella.
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