“La mejor manera de librarse de la tentación es caer en ella”, el pensamiento del escritor Oscar Wilde lo aplicó Julian Assange, pero sin imaginarse que podía ser el inicio de un conflicto sin resolver.
La revista Semana de Colombia publica una crónica sobre las relaciones sexuales que mantuvo el australiano con la cubana Anna Ardin y la sueca Sofía Wilen.
La historia comenzó en el verano del 2010, cuando Assange fue invitado como conferencista a un seminario a Suecia, en momentos en que era una verdadera estrella mediática por haber puesto al desnudo los secretos íntimos de Estados Unidos y sus aliados.
cubana. Ardin, de 28 años, nacida en Cuba, soltera, amante de la rumba y conocida activista política en Suecia, se mostró solidaria y dijo que ella podía hospedarlo en su casa. Aunque no lo conocía, a todos los organizadores les pareció una buena idea. No solo porque así ahorraban costos, sino que ella podría controlar mejor la agenda del invitado, ya que oficiaba como jefa de prensa del evento.
Si bien entre los dos ni siquiera habían cruzado palabra, ella ya le había expresado la admiración por su trabajo en varios correos electrónicos: “Te admiro mucho”, “Eres muy inteligente”, “Eres muy valiente”.
Ella lo llevó a la casa y después de una velada animada, con una cena sencilla y un par de vinos, terminaron acostándose juntos. “Hubo sexo consentido por las partes”, dice la historia.
A la mañana siguiente, Anna llamó a varios amigos y organizó una fiesta en honor del hombre que había dejado en ridículo al poderoso departamento de Estado de los Estados Unidos al revelar, entre otros, 400.000 documentos secretos sobre la guerra en Irak y 250.000 sobre el manejo de las relaciones exteriores de la superpotencia con otros países.
sueca. En el seminario, Assange conoció a Sofía Wilen, de 20 años, quien también lo invitó a su casa y con la que igual tuvo una noche de sexo consentido.
Ella, “una mujer que posee un cuerpo muy atractivo”, según la describió Assange, se mostró muy complaciente. Con ninguna hubo violación ni acceso carnal violento, sino relaciones sexuales entre personas mayores de edad.
Assange abandonó Estocolmo y Anna y Sofía conversaron telefónicamente como buenas amigas. En la conversación, confesaron lo vivido y ambas explotaron. Se llenaron de ira y fueron a denunciarlo ante la justicia por “la renuncia del australiano a utilizar condón”. En Suecia este no es un hecho marginal sino un asunto de extrema gravedad, porque la mujer puede reclamar que se atentó contra su cuerpo poniéndolo en evidente riesgo.
Anna, por ejemplo, alegó que durante la relación se les rompió el condón y que ella le pidió que se detuviese, pero que él no se quiso contener y siguió hasta terminar. Sofía calificó la relación de “confortable”, pero especificó que en la madrugada, mientras “estaba medio dormida”, él volvió a penetrarla y que en ese momento “no tenía preservativo”.
La jueza Eva Finné les preguntó que si ambas habían consentido la relación. Ellas dijeron que sí. Entonces desechó el caso. Sin embargo, antes de que fuera archivado por completo, otra jueza lo reabrió con el argumento de que en efecto se le podía procesar por haber hecho “sexo por sorpresa”, que en Suecia es la relación íntima sin preservativo.
Assange viajó al Reino Unido cuando el caso ya estaba tan avanzado que Suecia pidió su extradición. Al principio, él se limitó a decir: “Yo no las violé, hice el amor con ellas”. Pero luego su abogado argumentó que detrás de todo estaba el poder del imperio, en referencia a Estados Unidos.
Para unos eran unas heroínas valientes que mostraban que los hombres no podían hacer lo que quisieran en la cama con sus cuerpos. Para otros, eran unas simples fichas de la Central de Inteligencia Americana (CIA).
A Anna, por ejemplo, se le investiga ahora con lupa todo su pasado. Se le ha dicho que como cubana es posible que sea una infiltrada de la CIA que desde su posición va derribando regímenes comunistas. Otros le sacaron a relucir un escrito de ella titulado “Siete maneras de vengarse de tu novio”. <