Claro que las hay, y en número apreciable, indudablemente con repercusiones positivas para el progreso nacional, como las carreteras, las soluciones habitacionales, entre las que resaltan como cosas buenas del gobierno.
Pero estas y nuevas programaciones que se estarían generando para que la nación empiece a mejorar social y económicamente, podrían no tener el final positivo que se espera, de continuar en crecimiento la ola criminal que mantiene en vilo a los ecuatorianos.
Porque de qué vale vigorizar monetariamente al habitante de este país, si su esfuerzo el rato menos pensado será escamoteado por los delincuente permanentemente en acecho del ciudadano honrado, sencillo y trabajador.
Porque si alguien mejora su condición económica es candidato a sufrir el ataque de los criminales, incluso en su propio hogar.
Entonces, el gobierno debe centrar su accionar en proteger sus logros, sus mismas obras, dedicándose más a solucionar este grave problema que, racionalmente, merece considerarse como prioritario, antes de continuar con su declarada guerra contra molinos de vientos.
El país requiere, ya, de planes de contingencia que defiendan la estabilidad y la seguridad social con la eficiencia que demanda el buen vivir.
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