El maestro Aveiga, como lo conocen sus amistades, repara motores, bombas de agua y artefactos eléctricos en general, incluyendo máquinas de coser. Hace cinco años se independizó luego de aprender el oficio con un amigo. “Hubo un día en que me di cuenta que todo lo podía hacer solo, entonces lo hice y desde entonces soy mi propio jefe”, contó.

Pero a veces al maestro le dan ganas de dejar la grasa y los tornillos. 

Comentó que le da coraje que muchos clientes no valoren su experiencia y le quieran pagar lo que ellos quieren, cuando es el mecánico quien pone precio por lo que hace. “Hay veces que me pagan la mitad. Dicen que luego vuelven y nunca retornan”.

“Por eso ya he pensado en colgar las manos y dedicarme a la agricultura”. A lo lejos se escucha el canto de los gallos y entonces al maestro se le hincha el pecho de la emoción. Muestra sus manos y se ven algunas cicatrices. Cierta ocasión una sierra eléctrica se activó y estuvo a punto de cercenarle un dedo. <