Desde sus inicios, al régimen de la “revolución ciudadana” le viene resultando urticante la prensa libre. De ello no existe la menor duda. Ya han pasado algunos años desde que de una manera vulgar, ajenas a las normas de convivencia, en el mismísimo palacio de Carondelet, el periodista Carlos Jijón, brillante ciudadano por sus conocimientos y sus procedimientos, fue denostado con la frase arrabalera “ándate a la casa de la v…”, en un coro de jóvenes que fueron utilizados para seguir las instrucciones de un “maestro” , que semejaba un diapasón y que estaba poniendo las novísimas y extravagantes bases de “urbanidad” para un “cambio de época”, con que se ha esmerado desde entonces un gobierno ramplón y dicharachero.
El sistema oficial del insulto ha mantenido su mayor efervescencia desde las sabatinas, porque abusando del egoísta monólogo se apostrofa contra todo y contra todos, nacionales y extranjeros, lo cual al principio concitó la atención ciudadana, para solo quedar en un semanal soliloquio que no tiene importancia, menos respeto, por las bascosidades que no se las puede calificar ni siquiera de demagógicas, sino que se lo califica como una cantera de lunáticos improperios que ya repugnaron a los habitantes de este país que si ha conocido a políticos que se han destacado por su oratoria impecable, donde refulgían con verdadero talento e ilustración. Tanto así, que actualmente hasta los ciudadanos que bajo presión burocrática asisten a esas escenas de baja ralea, oyen pero no escuchan tanto vertedero escatológico.
Junto al desopinado acto de destrozar un periódico que no sigue las instrucciones de quien pretende erigirse en el Leviatán descrito por Thomas Hobbes en el siglo XVIII, dispuso con aires imperiales que no le calzan, la desesperada prohibición de no comprar los diarios y no escuchar las noticias de la televisión adversas a una gobernanza cuyos funcionarios, en su mayoría, han demostrado incapacidad e improbidad; resultando mayor el descrédito cuando por excepción han surgido unos pocos con méritos, que no pueden demostrarlos por falta de personalidad, que los convierte finalmente en parte del séquito amorfo que no piensan en trabajar por el bien común, sino para el halago cotidiano hacia el intemperante y revesado mandón.
Por tanto, es una chifladura más que a los ujieres de palacio se les haya ordenado que no concurran a las entrevistas con los medios de comunicación independientes y que lo hagan, exclusivamente, con los que han sido confiscados. Lo que han conseguido es que la sintonía de la prensa libre haya captado más adeptos y se eleve a niveles incomparables, porque las incoherencias y los disfraces de los medios oficiales son una imitación de las cansinas y mentirosas sabatinas.
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