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Una de cal y otra de arena
Una de cal y otra de arena
Por: Luis Herrería
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Sábado 11 Febrero 2012 | 00:00

No en el académico, parecería que los seres humanos estamos propensos a cometer por cada acto bueno, otro que es desvirtuado por una acción mala. De ser así, encontramos que Baltasar Garzón se encontraría dentro de un círculo que recoge este dicho más propio de un albañil que del abogado español que trascendió a la fama especialmente por el trabajo arenero con que contribuyó para el procesamiento del sanguinario dictador Augusto Pinochet Ugarte, quien se complacía repitiendo que en Chile, donde ordenó torturar y matar a sus compatriotas, no se movía ni siquiera la hoja de un árbol sin que el genocida se enterase.

 

En aquel tiempo, Octubre de 1.998, nos encontrábamos asistiendo un grupo de profesionales sudamericanos a un Curso sobre Derechos Humanos en la Universidad Diego Portales de Santiago, en donde nos enteramos sobre el arresto del verdugo del país de la estrella solitaria. Los asistentes al mencionado evento, del más alto nivel, no pudimos ocultar nuestro regocijo por la noticia, ya que el país anfitrión había soportado 17 años de una dictadura feroz que fragmentó a  la sociedad chilena. De regreso al Ecuador, por medio de un artículo periodístico, estampamos nuestro repudio a la siniestra figura del general “Pinocho” y aplaudimos sin reservas la intervención valiente y ejemplar del jurista ibérico, quien con argumentos y pruebas irrebatibles consiguió que un tribunal inglés arrestara al tirano en una vivienda ubicada en las afueras de Londres.
Años después, exactamente en 2.011, el mismo Garzón que había aportado con un poco de arena en beneficio de la dignidad humana, llega al Ecuador, pero esta vez traía -¿o se llevó?- en sus alforjas un cargamento de cal, la misma que sirve para blanquear sepulcros, cometiendo la maloliente tarea de aceptar las funciones de Coordinador de la Veeduría Internacional para supervisar el proceso viciado  que  designó  jueces  del más  alto tribunal de justicia ordinaria de nuestro país,  en donde  con su esporádica presencia, ayudó a cohonestar uno de los más grandes ultrajes  que ha recibido  nuestra raquítica democracia, permitiendo un turbio manoseo  judicial.
Hace pocos días, el Tribunal  Supremo de España condenó a  Garzón  a once años de inhabilitación profesional, por ejercer dentro de un juicio a su cargo “prácticas que en los tiempos actuales solo se encuentran en los regímenes totalitarios, en los que todo se considera válido.
Ante  un Garzón  ya sin la respetabilidad de antaño, los dos organismos en los que ofició como Veedor, adeptos al régimen de la “revolución ciudadana”, manifestaron que lo ocurrido en nada afecta la labor que deberá seguir practicando el ex juez, por lo que no sería de extrañarse que Baltasar termine con un doctorado “honoris causa” y hasta lo designen inclusive como magistrado ecuatoriano. Todo en nombre de la “calidez”.
Repitiendo al jurista romano Marco Tulio Cicerón: ¡O témpora, o mores!
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