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Los gobernantes se parecen a su pueblo
Los gobernantes se parecen a su pueblo
Por: Edwin Delgado Armijos

Domingo 15 Enero 2012 | 00:00

El Derecho y las instituciones son creaciones sociales, surgidos con la finalidad de normar la relación ciudadanos-ciudadanos y ciudadanos-instituciones. Es decir, nos despojamos del ámbito unitario para ser parte del colectivo que habita y coexiste en una respectiva jurisdicción, anhelando cambios, soñando días mejores y esperando que las acciones y el trabajo desarrollado lleguen a cada rincón. Que sea incluyente.

La inexorabilidad del tiempo que, galopando a velocidades cada vez mayores, nos permite apreciar la gran falacia de la clase política (local, provincial y nacional) que nos gobierna: hablar de una realidad virtual versus la realidad diaria, cotidiana.
Desgastados y raidos los ropajes tenues, permeables, casi transparentes del ejercicio político, tan vacuo de civismo (de civismo solo queda la palabra Cívica de la famélica y politiquera frase Junta Cívica), elemento básico para que equidad e inclusión sean parte de la fórmula que devuelva obras y progreso. 
Vemos desfilar desde hace 3 más de quinquenios los mismos actores políticos, imbuidos ahora en una especie de grandes administradores, unos; y demócratas convencidos, otros.      
La enajenación de los sueños, birlada por quienes han dinamitado la esperanza de muchos, (desde el feriado bancario hasta la aplicación de políticas de antidesarrollo, pasando por el asalto a la educación y la seguridad social) apoyada por guardias de seguridad variopintos, es otra constante en la “democracia ecuatoriana”.   
Cien fusilamientos colectivos para cambiar este país, apareció escrito hace muchos años, ¿a cuántos considera usted habría que llevar al patíbulo a la fecha para arrumbar a este pequeño gran terruño?
Consensos sobre disensos. El fin es el desarrollo, la inclusión social y la igualdad. El medio, el ejercicio neuronal (tan venido a menos de quienes nos representan). La columna vertebral: instituciones fuertes y seguras.         
Mientras tanto, “aprovechemos”, porque de esta no hay otra, parece ser la consigna (mucho más del entorno que los rodea). Tus necesidades no son problemas míos. Ve como te defiendes. Para qué me buscas.     
La enagua de las abuelas, aquella prenda que se colocaban para evitar que se les viera algo, resultaría utilísima como blasón, símbolo de cuidado, de prudencia, de recato y vergüenza para muchos que ostentan lo conseguido con el “sudor” de la política.  
¿Los gobernantes se parecen a su pueblo? ¿Tienen el mismo espíritu emprendedor suyo? ¿Los considera eficientes? 
Démosle otro enfoque: ¿Se siente representado por los dignatarios electivos? 
¿Hasta cuando padre Almeida? ¡Hasta las próximas elecciones! Que los insulsos sigan votando por mí candidatura (o por mi progenie en la cual me escudo).<
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