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Tirano indolente
Tirano indolente
Por: Vicente Mendoza Pavón

Jueves 12 Enero 2012 | 00:00

Cuánta angustia nos causa el avance del tiempo, es como si fuésemos reos sentenciados a muerte de antemano por un delito que jamás cometimos; y sin embargo, con martirizante impotencia, avanzamos vencidos y cabizbajos hacia esa tenebrosa habitación donde se ejecutará la enigmática condena.

No hay apelación alguna, ni juez misericordioso que se apiade de nuestro llanto lastimero, no hay otra instancia que aunque relampagueante ilumine la enlutada esperanza... ¡todo es vacío, misterio, angustia y desolación!
Y, después de todo, ese enemigo invisible de la vida y la felicidad, ese tirano que todo lo destruye, ese que nadie conoce, ese aborrecido de las ilusiones, sueños y esperanzas, es el mismo que nos permite mirar atrás; pasar por la casa vacía donde otrora nos cobijamos con la envolvente calidez el hogar paternal; aquel refugio familiar que la memoria, cual cofre que guarda refulgentes tesoros, emerge desde el mar profundo de nuestros recuerdos; ese que es enemigo jurado de la juventud es el mismo que nos provee, dadivosamente, de las herramientas intelectuales para poder afrontar con éxito el tramo final, el más desolado, el más doloroso...¡el más trágico!
Las paredes de esa casa deshabitada están impregnadas de recuerdos sonoros producidos por una existencia infantil vivida despreocupadamente, de reuniones familiares propicias para la gala del buen humor y el fortalecimiento de nexos afectivos. En las silentes madrugadas, cuando veo aquel nido "seco y vacío", cierro los ojos y veo adorables y dulces fantasmas convertidos en guardianes de los recuerdos de amores juveniles. ¡Cuánta nostálgica reminiscencia mora en ese hogar vacío! Veo retrospectivamente la figura de mi madre acunándome en su regazo; la de mi padre con su porte de Señor, repitiéndome las lecciones de humanismo, solidaridad y dignidad; los veo juntos señalándome el camino que conduce al huerto donde moran las humanas virtudes; y, en nítida imagen sus manos trémulas sobre mi cabeza transmitiéndome, por ósmosis, esa invalorable sabiduría que nos ha permitido avanzar en los tramos existenciales sembrados de abrojos envueltos en negros nubarrones.
Es verdad- tiempo verdugo- que no podemos derrotarte, que eres helada lluvia que nos hace tiritar de frío, de ese frío césmico que aún no somos capaces de entender; que con saña y sádico goce nos vas empujando al rincón donde mora el olvido y las lágrimas; que poco a poco vas disminuyendo nuestras capacidades sensoriales, que con sicopática obstinación nos arruga lentamente la piel, pero...¡no podrás jamás arrugarnos el corazón!
No, ya no hay espacio para el miedo ni oportunidad para la súplica, el destino del hombre fue señalado en misteriosa antelación; y como no hay forma de evadirlo, decidimos enfrentarlo con dignidad, sustentando nuestra postrera actitud en los firmes pilares de esta sabia reflexión:"La muerte está tan segura de su victoria que nos da toda una vida de ventaja".<
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