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Xavier Vásquez Palacio |[email protected]
Pobreza cultural (o aquello que llamamos estrés)

Es la tarde de un martes común, la estridencia de la agitada ciudad, combinada con el pitar de los buses y el de la joven ama de casa que necesita llegar a tiempo a la boutique y conseguir el vestido de rayas que deberá lucir el viernes en el matrimonio de Celeste, su mejor amiga…

Miércoles 27 Diciembre 2006 | 21:01

A esto le sumamos la prueba de sonido -por así llamarla- , realizada por el vendedor de discos piratas en el portal de un gran almacén y tendremos como resultado aquella enfermedad que está de moda en estos nuevos días y que los psicólogos y los programas de televisión o radio llaman estrés. Pero yo no pretendo mediante este artículo hallar la forma de evitar o curar esta patología, pues no soy un psicólogo, sólo espero serlo pronto. Mi enfoque es precisamente hacia aquel personaje grotesco que entra en ese, “el gran almacén”, en busca de un producto que ayude a mejorar un poco su apariencia, la misma que viene destruida desde que cruza la entrada, luciendo la camiseta de un político que no podemos distinguir porque “don Goyo”, seguramente por el calor del invierno, viene mostrando el abdomen que no se encuentra precisamente en el mejor estado, sin embargo ha puesto de manifiesto su pobreza cultural, pues al comprar el producto que buscaba, olvidando frases tan sencillas como “por favor” o “gracias”, sólo exige ser atendido porque su dinero es el que vale, y la cultura se puede ir al carajo. Y con esta actitud desbordante de esa “nuestra idiosincrasia”, toma su factura y la lanza a la calle porque a él no le sirve para nada, pero para su limitada capacidad de razocinio esto será de seguro un gran adorno para la ciudad. Toma su bicicleta y recorre el sentido contrario de la vía, y es que ¿para qué dar semejante vuelta, si él es más sabido?, mientras tanto, los buses y la joven ama de casa muestran lo bien que han aprendido a usar el claxon, y como artista invitado tenemos en los coros al policía de tránsito y su silbato, quien parece ignorar una contravención más, porque a él sólo le interesa saber si el billete enrollado es de uno o cinco dólares. Pero, con certeza, muchos de ustedes deben preguntarse: ¿Cómo incide la actitud de tipos como don Goyo en el estrés, si éste es provocado generalmente por el exceso de trabajo, las deudas y los malos hábitos? Pues bien, permítanme manifestarles que este conjunto de actitudes incultas son las que nos están llevando, desenfrenadamente, hacia un colapso social y a la extinción del respeto y las buenas costumbres, que sin duda nos vuelve seres estresados. Y yo no soy el embajador de la cultura, pues admito frontalmente haber lanzado colillas de cigarrillos en la acera y cruzar los semáforos en rojo, pero se que, al escribir esto, me estoy imponiendo una necesidad de hacer cultura por y para nuestra ciudad… Pero a pesar de todo, estimado lector, si usted prefiere ser un “don Goyo” más, y seguir el contrario de la vía, disecando a esta sociedad, no lo voy a cuestionar, de la misma forma que, de seguro, lo estará haciendo con el nuevo presidente que “obligadamente” deberá cambiar este país.
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