Hace mucho más de 30 años vivía con mis padres en la ciudad de Calceta, cantón Bolívar. Recordaba los paseos domingueros en donde la mayoría de urbanos solíamos pasear o visitar amigos y familiares a los campos saturados de producción agrícola, en donde se notaba en los hombres del campo su presencia aún fuerte y vigorosa, producto de su entorno sano y sin tóxicos ni el estrés que causa vivir en una ciudad.
Recuerdo esos bellos paisajes, entre valles y montañas y el pastoreo de una gran producción ganadera; cómo los camiones bajaban cargados de la producción de aquellos tiempos de oro de las parroquias Quiroga y Membrillo de mi querida Calceta, la sin par.
Hoy solo quedan restos de lo que fue ese gran potencial agrícola y ganadero de este pedacito de tierra.
Los gobiernos de aquella época decidieron construir la gran represa La Esperanza, ubicada justamente en el emporio y en donde se asentaban las diferentes parcelas de muchos campesinos que subsistían de lo que la madre naturaleza les ofrecía día a día.
Bien por la obra inmensa, que aunque sumergió en sus aguas la poca riqueza de esos hermanos campesinos, no fueron beneficiados con una buena indemnización de sus benditas tierras, a tal punto que ciertos agricultores aún no reciben su miserable pago económico del inhumano avalúo de sus tierras que en aquella época fueron arrebatadas.
El producto de aquella desgracia administrativa en la otrora CRM, ocasionó la pobreza inmediata de todas las familias que vivían en ella, convirtiéndolos en miserables pordioseros que recorren nuestras calles a lo largo y ancho de nuestro país; significó el éxodo obligado de quienes merecieron otra suerte y protección por parte de aquellos gobiernos.
Hoy se pretende ejecutar otra obra de similares características en la zona más productiva del cantón Chone; posiblemente su insatisfacción y aferro a su vida de campo se deba a que no quieren que les pase lo mismo que ocurrió en las diferentes obras hídricas que se han construido en la región litoral.
Invito a aquellos técnicos que desde el escritorio hacen números y cálculos, cuyos avalúos e indemnizaciones no reflejan el verdadero valor y cuyo presupuesto no les alcanza para adquirir ni un tercio de lo que ellos han tenido en su terruño querido.
Por favor, si no les damos mejor vida no les quitemos y evitemos mandarlos a las calles a pedir limosna, recordemos que de ese campesino comemos y sobrevivimos.<