En los monólogos sabatinos quien funge de déspota espute a granel amargura saturada de aborrecimiento por quienes tuvieron o tienen más de lo que él tuvo en sus años mozos que tanto han afectado a su psiquis.
Con una sonrisa fingida que pretende sin éxito encubrir el odio que lo envenena y que siente además por todo aquel que no comulgue con sus criterios, incentiva cada vez más y más la lucha de clases, convenciendo al pueblo llano e ignorante que los culpables de su postración son los ricos.
El “economista” ha despilfarrado el multimillonario presupuesto de todos sus años de desgobierno y el país está a la cola del progreso de los vecinos con otra ideología. Necesita cada vez más dinero porque al pueblo lo compra haciéndolo arbitrariamente acreedor del esfuerzo de otros, postergando paradójicamente su progreso.
Y si insiste que el pueblo ha hablado en las urnas y que la voz del pueblo es la voz de Dios, yo acoto que también hay dioses malos que se expresaron por los votos realmente minoritarios, socialmente enfermizos del SI, votos estos de reata, que son los que se dan sin conocimiento ni reflexión, y solo por seguir el dictamen de otro. Irrefutable verdad.
Una cosa no es justa por el hecho de ser ley y las ha habido y habrá de aplicación inviable. Por algo se dice que es del buen pastor esquilar y no esquilmar a las ovejas. La reacción hará algunas normas inaplicables.
Ya no sabe qué costos imponernos, qué impuestos añadir, qué más hacer para destruir nuestro bienestar y, encima de ello, sin rendir cuentas a nadie por todo el dinero que ha manejado. Lo protegen sus secuaces de la asamblea, la corte cervecera y los jerarcas militares que traicionan la obligación constitucional que les impone su artículo 158. Los malos nos van ganando.<