Porque no es lo mismo un grupo de músicos entonando variadas canciones, inclusive marciales, que sonidos articulados sin adecuado control por voluntariosos estudiantes que soplan instrumentos de limitadas notas y con determinado resultado.
Si bien la marcialidad tiene su mensaje e intencionalidad porque gusta a las gentes, los tiempos han cambiado; las “bandas de guerra” ahora se llaman “bandas marciales”, que deberían transformarse definitivamente en conjuntos musicales para dejar atrás las simples cornetas, tambores, flautas, marimbas y liras, para dar paso a otros instrumentos de viento y de percusión, como son los saxos, las trompetas, los clarinetes, las marimbas, los trombones y otros que permitan entonar todos los ritmos posibles, dependiendo de la destreza de los ejecutores.
Con ello cuánto ganarían desfiles y cualquier cita de fausto recuerdo, porque serían verdaderas revistas musicales, de aquellas que suelen satisfacer a los espectadores, a las autoridades, a los profesores y dirigentes escolares. Y cuánto ganaría la cultura al permitirse que se formen nuevos músicos tomados de ese gran semillero estudiantil, cuyo potencial musical se descubrirá en la medida que se ofrezca la oportunidad.
Y como complemento del cambio, que se mejore la intervención de las llamadas cachiporreras, porristas o cheerleaders, con la intervención de expertos en este arte, que las eduquen hacia la danza más que hacia la contorción.
Varios establecimientos educativos en nuestra provincia ya están en este cambio y esperamos que muchos más sigan ese ejemplo.