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Fernando Navia Gallardo
Por una industria sin flotadores
Fernando Navia Gallardo

A casi un mes de electo, el Presidente Correa ya ha dejado ver con suficiente claridad los rasgos dominantes de su estrategia de apoyo a los sectores productivos. Viene oportunas, por tanto, lecciones dadas por la historia reciente.

Sábado 23 Diciembre 2006 | 21:07

Todo hace pensar que el nuevo gobierno nacional empezará propiciando la inversión en la industria nacional. Raúl Sagasti, Ministro de Industrias nominado, propone: “tenemos que prepararnos para que exista una industria fuerte, fortalecida, modernizada en el ámbito de la pequeña, mediana y gran industria”. Este gran objetivo, trae consigo riesgos y oportunidades. Del lado bueno, cabe reconocer que es oportuno ayudar a la industria nacional en su proceso de mejorar su productividad, innovar su tecnología y, en suma, aumentar su competitividad. Esto se hace con dinero y parece que el nuevo gobierno aprovechará su fuerte posición fiscal para canalizar recursos hacia el sector. De esta manera, si se liderarían procesos de mejora competitiva bien enfocados y de largo aliento, podríamos, mas temprano que tarde, lograr signos evidentes de progreso en el crecimiento de las empresas, la disminución del desempleo y demás efectos virtuosos que trae consigo la inversion productiva. Sin embargo, este escenario no es sostenible ni seguro. El riesgo de incurrir en un ejercicio infructuoso de industrialización dirigida cobra fuerza si este apoyo a las empresas va acompañado de protecciones arancelarias y otros privilegios proteccionistas para unos pocos. Recordemos que durante las décadas del 60 y 70, nuestros gobiernos fomentaron el nacimiento de nuevos sectores industriales sin tomar en cuenta si existían previamente recursos y factores de producción competitivos que permitan alumbrar a su vez empresas competitivas en dichos sectores. Eran decisiones nacidas en escritorios de burócratas que intentaron decretar el desarrollo económico. En la mayoría de los casos, este cándido ejercicio degeneró en empresas cuyo éxito comercial estuvo amparado en el exitoso cabildeo de créditos blandos, protecciones arancelarias que frenaron a la competencia extranjera y de devaluaciones que abarataron artificialmente los productos nacionales. La factura de este artificioso crecimiento industrial la pagó el ciudadano común a través de impuestos, productos más caros e inflación. Al final del día, cuando la globalización erosionó las fronteras y perdimos la moneda local y con ello su capacidad devaluatoria, estos sectores industriales perdieron su espacio en el mercado. En este contexto, es necesario acompañar el anunciado proceso de fomento industrial con un plan de apertura a la competencia internacional a través de acuerdos comerciales con otros países y regiones. De esta manera, las empresas de los sectores industriales a apoyar no verían adormecer sus ímpetus de mejora continua pues la competencia estará próxima para recordárselos. Si el gobierno lograse normar esta dinámica, cumplirá con su más grande acreedor: el ciudadano común que ha depositado en él su esperanza.
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