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Carol Murillo Ruiz
Feliz Navidad
Carol Murillo Ruiz

Hay gente -amigos- que se admira cuando me ve feliz esperando la Navidad.

Viernes 22 Diciembre 2006 | 19:32

De pronto, en sus rostros, hay un gesto de regaño porque me dejo arrastrar por los laberintos del consumo -que por cierto es poco- pero que no deja de tocarme cuando el mundo en el que vivimos es una ola de tributos más allá, también, de lo material o lo superficial. En verdad, la Navidad es -para mí- una cuna familiar, una forma de sabernos juntos: papá, mamá y hermana. Esa es mi juntura, mi esfera de cuatro lados. Un trapecio quizá, porque el amor de los padres es hondo, tierno, tremendamente humano. Navidad es eso, y es regalos. Regalos para revalidar un relámpago de felicidad por sabernos buenos y habitar la casa/tierra sin las sombras del rencor ni las grietas del corazón. Veo ciertamente que las calles aledañas a los centros comerciales -en Quito- lucen repletas de autos a velocidades mínimas. Pareciera que hay más carros que personas, y que los bolsillos son más grandes en este tiempo de memoria espiritual que en los días de la cotidianeidad más sencilla. Pareciera que un duende se apodera de las mentes y sujeta la prioridad del papel que envuelve un obsequio para encerrar una ilusión o una desdicha. Veo los niños pobres que piden en los bordes de la calzada una moneda por Navidad, una caridad para repetir, con suciedad y todo, el rito de los otros, los ricos, los decentes -nosotros, acaso- que cenamos para bendecir el privilegio de comer mientras se disimula el hambre de los de siempre. La Navidad, como un espejo trizado, nos enseña lo deforme que podemos ser -o somos- para desafinar el ritual de un nacimiento humilde en un portal lejano. Pero la Navidad, cuando se ha tenido una infancia buena, sin lujos, sin piso falso de vida, es un día que ayuda a mirar todas las esquinas del mundo, y a sincerar el espectro pequeño que tenemos como referente social, es decir, a mirar que la vecindad del dolor o las carencias es una vecindad más interna que nada. No hay dolor que no tenga algo de humano y no hay carencia que no retrate un espacio de resignación en la gente. La Navidad no es el árbol, es el fruto del árbol sembrado en el huerto de la voluntad humana. La Navidad no es la docena de luces, es la luz única de un afecto que nos trasciende y nos apaña del ardid del color. La Navidad no es la cena, es una cuchara vieja y un alimento esquivo. La Navidad no es la persignación suprema por ver nacer a un niño que pronto será un hombre iluminado gracias a la misión del cielo, sino el soplo que plasma la necesidad de los hombres de hallar una historia que le de sentido a un mundo que busca la salvación al final del relato y del miedo a estar solos sobre una superficie que tiene noches larguísimas de incertidumbre y dolor. La Navidad es la escena de una extraña película que repetimos mil veces. Amo este tiempo de luces que encandila los ojos y nos obliga a mirar otra vez el camino andado. Feliz Navidad para todos. Para los que amo y para los que amaré un día.
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