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Ayuda
El cabello de otros devuelve la sonrisa a niños con cáncer

Javier Sandoval no pudo ni llorar hace dos años cuando su abuela murió de cáncer, pero logró mutar ese dolor en esperanza para otros: Cortó su larga cabellera, la hizo peluca y la donó a niños enfermos, la génesis de un proyecto que ahora dibuja sonrisas en el país

Miércoles 16 Marzo 2011 | 11:08

Este músico de 28 años tiene dibujada en su mente la imagen de una niña de 8 años al bajar en silla de ruedas de la sesión de quimioterapia y el contraste al verla tan sólo quince minutos después como toda una "modelo" sonriendo y jugando, luciendo la peluca que desde entonces disimularía su calvicie. El proyecto, bautizado como "Dibuja una sonrisa", surgió como un "homenaje a los familiares que el cáncer de una u otra manera nos arrebató", contó Sandoval, que es su fundador y director, al asegurar que no ven a la enfermedad como un "enemigo". "Decidimos generar un ambiente de alegría que, de una u otra manera, aporta para la mejora de los pacientes", comentó.
En los niños "está médicamente comprobado que cuando entran a tratamiento hay un 75 % de probabilidades de que se mejoren y eso es lo que nos impulsó a decidirnos a ayudar", explicó.
Desde noviembre pasado el proyecto ha recaudado 7.000 dólares en colectas públicas, eventos temáticos y con la venta de productos como libros para colorear y camisetas. La colecta se transformó en juguetes y ropa que entregaron a unos 800 niños en los hospitales y en 14 pelucas. Son elaboradas por un profesional, Gerardo Tul, "que es de los antiguos artesanos", quien es capaz de imponerse a cualquier tinte en un proceso de tratamiento, y para el que el único requisito es que el cabello tenga una longitud mínima de unos 20 centímetros.
Tul explicó a Efe que las pelucas, hechas durante unos diez días a medida para los niños, duran hasta cinco años, en tanto que las sintéticas, unos cinco meses, dependiendo del trato.
Destacó la importancia de la donación de cabello y comentó que, incluso, pueden enviarlo desde el extranjero.
La cabellera de Sandoval le pasaba la mitad de la espalda. "Requerimos que la gente siga animándose a donar su cabello. Es una donación que no duele, cualquier persona lo puede hacer, es indistinta de sexos y razas", dijo.
Como Sandoval, la mayoría de los 40 participantes en el proyecto ha perdido en los últimos dos años "a un ser querido" por el cáncer.
La "más pollita" de los voluntarios tiene 14 años y el mayor 32, todos amigos que se han ido "sumando", comentó.
Tímido, uno de los jóvenes que pedía donaciones en una esquina de una concurrida zona de Quito no pasaba de los 17 años, y se esforzaba por informar sobre el proyecto en el escaso tiempo marcado por el semáforo y el apuro de transeúntes y conductores.
"Ayudamos a los niños con cáncer", repetía con la mirada alternada entre el semáforo, su interlocutor y un afiche en el que una niña calva peina frente a un espejo a su muñeca de larga melena. El cristal le devuelve su propia imagen con una larga cabellera y una gran sonrisa.
"Dona tu cabello a los niños con cáncer y dales la oportunidad de soñar", reza el afiche.
La sonrisa de cada niño que ha recibido una peluca o las que les arrebatan payasos, cuenta cuentos y otros personajes del grupo durante las visitas mensuales a los hospitales hacen que valgan la pena los "sacrificios" por los que pasan para recaudar ayuda e incluso los "insultos" de quienes dudan de sus fines, dijo Sandoval. El proyecto nació, en principio, sólo como una "causa" que iba a durar dos meses, pero "el gran respaldo de la gente" los motivó a avanzar en trámites para, en algún momento, convertirse en fundación.
La idea no es nueva, ocurre también en Canadá, México y Estados Unidos, entre otros, pero los integrantes del grupo tienen claro que "el respaldo psico-emocional" para los afectados que se logra con el apoyo no tiene tiempo ni fronteras.
"Estar sin cabello es para la gente el sinónimo de 'estás enfermo o te estás muriendo' y la peluca les da la seguridad, de maquillar de alguna manera, de sentirse normales", dijo Sandoval, al parafrasear el correo de una mujer afectada por el cáncer que les agradecía por su labor.

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