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Washington Moreira Lucas
Caravanas de artes escénicas municipal

La teoría dice que una empresa no debe depender de uno o varios clientes poderosos, de uno o dos proveedores porque sencillamente son tan importantes para el negocio que la misma empresa pasa, en la práctica, a estar en manos de ellos: son ellos los que marcan la “cancha”, los que deciden los términos en que se pactan las compras y las ventas y claro, los que no tienen alternativas no les toca más que cumplirlas. Así de simple, sino pregunten a los proveedores de las grandes cadenas nacionales de supermercados. Igual sucede con los países.

Martes 12 Diciembre 2006 | 21:52

Una economía se torna dependiente de otra cuando sus exportaciones se dirigen en su mayor parte a un mercado y la dependencia es mayor cuando la oferta exportable es además reducida, cuando tenemos muy pocas cosas que vender. Este es, lamentablemente, el caso del Ecuador y este es el gran pecado. Con esta lógica, que funciona normalmente en el mundo de los negocios, la presión por parte de un cliente o de un proveedor importante se hace sentir en cualquier momento y si no se está preparado para ello, los resultados de esa presión pueden ser, en ocasiones, cuestionables. Y esto es lo que ha ocurrido con las preferencias arancelarias que otorga EE.UU. Es que algunas exportaciones a ese mercado, el de mayor poder adquisitivo del mundo, se han desarrollado gracias a esas preferencias y nuestra dependencia que ya era grande con ese país, hoy es aún mayor. Según información publicada en un medio nacional, “las exportaciones totales ecuatorianas subieron en una década 5.720 millones (pasaron de 4.380 a 10.100) Y también se incrementó la dependencia del país hacia su mejor cliente: en ese lapso los envíos de productos a EE.UU. pasaron del 40 al 50%, según cifras del Banco Central. Y la proporción sigue su marcha ascendente, pues en los primeros nueve meses de este año llegó al 56 por ciento”. ¿Qué es lo que hace EE.UU.? Ejercer el poder que le da el hecho de ser el mayor comprador de bienes ecuatorianos y a la vez su mayor proveedor. Esta posición puede ser justa o injusta, depende del color del cristal con que se mire, pero es la realidad. En consecuencia, nuestra capacidad de maniobra es muy limitada. Revertir esta situación es como si un humilde proveedor de limón de una de las grandes cadenas de supermercados del país quisiera imponer los términos de venta de su producto. Es tan pequeño que la cadena los podría aceptar, pero como una generosa concesión y no como un derecho. ¿Cuál es el remedio? Incursionar en nuevos mercados, vender a más países para no depender de EE.UU. y desde luego desarrollar una variada oferta exportable. Mientras tanto, hay que seguir negociando con el poderoso para que no nos deje fuera de su mercado.
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