El eslogan nada tiene nada que ver con esas aberraciones monárquicas que en estos días se expresan con contundencia, para que obviando principios, derechos y leyes sociales, se imponga la opinión de una persona.
Las aberraciones monárquicas no solo delatan al alucinado que pretenda, cual soberano, administrar al estado, legislarlo, fiscalizarlo y hasta “meter sus manos”, descaradamente, en la justicia.
También delata a los genuflexos que, aunque no crean que esté bien dar todos esos poderes a un solo hombre, lo permiten y auspician, en condición de estar bien, seguir teniendo sueldo o no apearse del poder.
Escuché a la gobernadora de Manabí justificando la desproporcionada sanción a Reina del Camino , con el argumento que “… al Presidente de la República se le pide hacer justicia y la ha hecho…” Admitiendo, en ésta y otras declaraciones, la injerencia del presidente en la decisión. No entienden, porque están cegados por el poder, que eso no es hacer justicia, sino interferir en ella.
Interfieren grotescamente cuando anticipan la sanción de suspender definitivamente a la operadora, sin ser autoridades que conozcan técnica y legalmente el caso. Ejercen presión y ponen en estado de indefensión, desvergonzadamente, a cualquiera desde el poder.
Es penoso y doloroso constatar cómo esta conducta se va haciendo carne en la sociedad. Hasta ciudadanos comunes abogaban para que embajadas de ciudadanos, políticos y funcionarios convenzan “al presidente” para que cambie su “decisión”, que depende de “él”; emulando así esa conducta genuflexa y complaciente de los súbditos en las cortes monárquicas para convencer al soberano del perdón, sin importar los debidos procesos y la aplicación de leyes. Yo me resisto y resistiré siempre a esas actitudes obsecuentes y cobardes; pero duele ver cómo avanza, casi de manera inadvertida, la condición esbirra, y cómo se enraíza hasta en zonas culturalmente libérrimas, dignas y activas como el territorio de esta provincia.
Mientras tanto constato que Reina es reina en Manabí, es parte de nuestras costumbres y de nuestras vidas; el golpe artero que han recibido sus personeros, socios y empleados, lo hemos sentido en carne propia los manabitas. El despropósito de su suspensión definitiva sólo puede entenderse como la cobardía de ver la paja en el ojo ajeno y no en el propio; la cadena de faltas y errores en el trágico accidente de Navidad no empieza ni termina en la operadora,
sino en todo el sistema del cual los verdugos si son los verdaderos responsables.<