El siglo XX y los años que van del siglo XXI han constituido la era de los grandes y asombrosos avances científicos tecnológicos, que ha involucrado la fisión y fusión atómica, la conquista del espacio cósmico, la biotecnología, la informática, el genoma humano, la clonación , la robótica y los trasplantes. Pero, así mismo, está dejando grandes problemas sociales, familiares, religiosos, económicos, políticos; y un vacio enorme en la formación de valores que se han mantenido incólumes a través del tiempo: pero que hoy están alterados propiciando un desorden universal de principios éticos.
Los signos de esta época presentan alteración de los valores morales. Se está deteriorando la sensibilidad, el respeto, la equidad, la tolerancia. Y lo preocupante es que los jóvenes- la nueva generación - continúan bajo esta influencia negativa y en la mente juvenil de muchos estudiantes los valores se han ido cambiando al punto de confundir lo malo con lo bueno, la mentira con la verdad, el engaño, la estafa, el fraude, como algo natural. La corrupción acorrala a casi todos. Se la propone a cada paso en la vida cotidiana.
¿Qué influencia se ejerce ante las nuevas generaciones cuando se altera la verdad? ¿Cómo justificar que los concursos de méritos no otorguen al mejor? ¿Que la justicia no sanciona al culpable? ¿Que las actitudes bélicas continúan? ¿Qué pensar de esa paz tan ansiada que no llega y que a veces la negocian los gobiernos? ¿Qué decir cuando los niños y los adolescentes en escuelas, colegios y a veces en el medio comunitario observan y aprenden irregularidades que ven a su alrededor ? ¿Qué pensar cuando los hogares se destruyen y los padres emigran lejos de la familia? Finalmente, ante estos signos, los jóvenes alteran sus principios.
¿Qué hacer? Fortificar el núcleo familiar. Mejorar el sistema educativo que es la base de la formación del hombre y la mujer. Ninguna sociedad o estado ha logrado superar y salir del subdesarrollo sin una educación excelente donde la responsabilidad y la honestidad estén presentes. Hay que prepararlos para la vida; pero una vida rebosante en solidaridad, en lealtad, con una sólida formación en valores. Desear siempre el progreso de la institución a la que se pertenece. Trabajar con eficiencia y competencia técnica. Vivir con un profundo amor al trabajo, no a la dádiva que mata el espíritu de superación, de investigación. Evitar todo tipo de fanatismo que es lo que conlleva a la intolerancia y la injusticia. Aspirar en cada sitio de trabajo que el mundo sea mejor. ¡Y seguir soñando por una paz y una libertad verdadera!