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¡Dignidad!
¡Dignidad!
Por: Jorge Bello
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Viernes 07 Enero 2011 | 00:00

Qué difícil se va convirtiendo encontrar ese valor en quienes se abrazan a la posibilidad de un puesto burocrático significante o insignificante, aún cuando haya que abdicar a la “dignidad” de tener ¡DIGNIDAD!


Confieso que me desilusiona y duele comprobar,  de  alguna gente  que conozco y  he  apreciado, que prefieran  tolerar  el vituperio sistemático a cuenta de conservar privilegios o   puestos burocráticos, con sueldazos y quizá escolta policial pomposa;  en otros casos les alienta la no persecución, el escarnio o el  odio; o tal vez la espera de una recompensa posterior, en el   patético  y clásico reciclaje oficial.
No me conmueve el hecho que en algunos casos  sean manabitas, porque hace tiempo he dejado claro que el valor de manabita, no es tal si no lleva intrínseco: dignidad, lealtad, honestidad, puntualidad, responsabilidad, solidaridad, respeto para otros y ellos mismos, entre otros.  Me conmueve sí, que alguna gente haya obrado de buena fe o con candidez,  sin percatarse que en realidad, en muchos de los actos que uparon, había contenidos mafiosos y hasta conductas de ese tipo. El famoso amigo o enemigo, conmigo o contra mí, lleva impreso ese signo inconfundible de la intolerancia criminal que hace carne en ciertos espacios de poder del poder y reafirman esa conducta camorrera.
Algunas personas creen que el miedo, que va copando los espacios de reflexión y decisión, es  motivo suficiente para la renuncia de la dignidad como valor; que la subsistencia o sobrevivencia  merece ese “sacrificio” a veces imperceptible porque puede ir acompañado de una generosa expresión como: “ …es una buena mujer …”  “… es un buen hombre, pero…” . Claro, ello lleva implícito el  eres bueno pero incapaz o tonto, yo soy el capaz y además tu jefe, tú mi subordinada o subordinado, aunque la ley diga lo contrario, porque yo estoy sobre la ley y el más popular.
Si esos actos sólo afectaran a los ahora damnificados,  aunque dolería  por la estima personal y la solidaridad humana, quedaría en ellos, en familiares y hasta los amigos verdaderos, más allá de  ausencias, lejanías y silencios; pero lo grave es que estos hechos impactan en las conductas colectivas y van dejando secuelas de comportamientos indignos, indecorosos y hasta de muy baja autoestima general. ¡No vaya a ser que se haga regla o norma!
El mensaje que nos dan esos hechos están signados de obsecuencia, sometimientos y hasta rayan en oportunismo. Consolidan  la sensación totalitaria que  nos gobierna y deja implícita la necesidad de rescatar la dignidad y el decoro. <

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