A lo que es contrario a la ley de Dios, también se le denomina “pecado”. Puede decirse que la enfermedad es una separación que tenemos para con Dios.
Disolver la enfermedad, o la percepción errónea de las cosas, significa orientarse a Dios, el Bueno, el océano eterno, y poner orden en el templo viviente interno, que somos nosotros mismos, de forma que el agua de la sanación pueda fluir. Si se apartan los pecados, nuestra alma se aclara, nuestro cuerpo se vuelve más luminoso y nuestro ser más soleado.
Jesús nos enseñó también en su parábola del grano de mostaza: Si nuestra fe fuera tan grande como un grano de mostaza, entonces podríamos mover montañas. ¿A qué fe se refiere? A la fuerza espiritual a la que nada le es imposible, que fluye cuando hacemos lo que Jesús nos enseñó. Por lo tanto, se necesita de la fe viva en Dios y del amor al prójimo. Estar en la fe viva significa: lo que diariamente se nos hace consciente, que es aquellos reconocimientos sinceros y honestos de lo que en cada uno de nosotros es pecaminoso, por ejemplo, la manera errónea o distorsionada de percibir las cosas, la mala voluntad que tenemos con ciertas personas que no nos caen bien, en definitiva, lo negativo, de estos aspectos nos debemos arrepentir, para poder purificar nuestra alma, al no volver a hacer más esos aspectos por los cuales hemos reflexionado, y sentido que no estábamos cumpliendo con una vida legítima en Dios.
Entonces las montañas, que se elevaban enormes, ya que las contemplábamos bajo la oscuridad de una forma incorrecta de proceder con nosotros mismos y con la vida (el pecado), ahora, delante de la luz de Dios, son superadas con su fuerza.