Esos pueblos impulsaron la implantación de proyectos productivos grandes e integradores; por ejemplo, la producción de palma y la instalación de una extractora de aceite; la producción de harinas; la producción de medicinas, etc.
Pero como se trata de apoyar a los pequeños se los induce a unirse y organizarse, para crear empresas por acciones que reciben aportes de capital de muchos socios pequeños y así pueden abordar grandes proyectos.
El sistema requiere, primero, fortalecer la confianza que los potenciales aportantes tienen en sus conciudadanos interesados en la creación o el fortalecimiento de empresas, y en la capacidad del gobierno para controlar a estos grupos para evitar que se perjudique a los dueños del capital. Ello supone la creación de una cultura nueva para el manejo del dinero; una cultura en la inversión que no solamente tiene que ser en la compra de bienes; posiblemente es más rentable si el dinero se invierte en acciones de empresas productivas dinámicas y bien manejadas.
Que es difícil conseguir esa cultura, es cierto, pero mientras no lo logremos, con proyectos pequeñitos no podremos salir de la situación de la economía casi doméstica.
Nuestras ciudades se desarrollarán con fuerza, cuando se auspicie la implementación de un proyecto productivo grande, con metas ambiciosas, que busque la exportación y que produzca con valor agregado de importancia, para que las utilidades permitan una distribución generosa a los aportantes del capital.
Sin ello el desarrollo será lento y la mayoría sólo podrá ver el crecimiento de unos pocos que tienen suficiente dinero como para emprender en proyectos grandes sin la ayuda de nadie.