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La señorita Cúcuta
La señorita Cúcuta
Por: Ruben Darío Buitrón
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Sábado 19 Junio 2010 | 00:00

No sé qué es peor: el ataque salvaje al bello rostro de la señorita Cúcuta o la inclusión de esta impactante noticia en el espacio de farándula y entretenimiento de los informativos de televisión.

María Fernanda Núñez, candidata por Cúcuta a señorita del Departamento de Santander, fue agredida la noche del jueves 10 por extraños que le lanzaron ácido en la cara. 
Según el parte médico, María Fernanda, de 22 años, sufrió una lesión en la córnea, quemaduras en el rostro y llagas en el pecho y las piernas. 
Quienes la atacaron posiblemente planeaban sacarla del concurso, no se sabe todavía con qué fines.
Sin embargo, el suceso no tuvo relevancia no solo en el ámbito de las competencias de belleza en Colombia, uno de los entretenimientos más atractivos para la gente de este país, sino en la agenda de los líderes y de los medios.
En Colombia, la prensa ha dado enorme despliegue a los debates entre los candidatos a la Presidencia de la República, el uribista Juan Manuel Santos y el ecologista Antanas Mockus.    
Pero en un escenario electoral donde los ciudadanos  esperan escuchar propuestas de fondo para superar los graves problemas sociales, la agresión a la señorita Cúcuta no provocó  en ese país una amplia reflexión de la sociedad y, peor, del poder político, en torno a los entrelíneas del caso.
Lo grave, sin embargo, es que si los líderes o el poder no arman escenarios de deliberación, nadie más lo hace. Y me parece que, en eso, los periodistas tenemos mucho que pensar.
Lo primero es que los periodistas adolecemos de un mal crónico: concentrarnos en la “macropolítica” y olvidar lo que interesa a la gente común. Es decir, dejarnos imponer la agenda del poder político.
Lo segundo es tener la certeza de que con un trabajo consciente es posible que los medios pongamos en escena  un hecho aparentemente aislado o parroquiano que, en verdad, es  un asunto de enorme preocupación nacional. 
Cuando suceden hechos tan graves es imperativo que los medios se  pregunten y pregunten a la sociedad. Pero eso no es fácil, porque depende de un periodismo que contextualice, profundice, investigue y revele.
¿Qué poderosos intereses se esconden tras un concurso aparentemente inofensivo?, ¿qué cosas tan graves están en juego como para que alguien planifique desfigurar el rostro de una candidata?, ¿qué relación tiene el ataque con el nivel de intolerancia que se vive en Colombia y América Latina?, ¿por qué la violencia es, cada vez más, la supuesta solución a las discrepancias? 
Lo peor que le puede pasar a una nación es perder la sensibilidad y relegar una noticia de horror al espacio de las anécdotas faranduleras. Y en eso los periodistas tenemos una enorme responsabilidad.
 

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