El gobierno nacional, a través de sus ministros de Gobierno y de Turismo, anunció restricciones para el expendio de bebidas alcohólicas en el país, modificando el horario de ventas en los establecimientos públicos así como prohibiendo hacerlo en las gasolineras, principalmente.

Y nos parece que el buen propósito de la medida debe ser impulsado con el incremento de otras que lleguen al real meollo del asunto, como es la educación, la cultura, la costumbre del ecuatoriano.
Se recuerda que en algún momento el ex mandatario Abdalá Bucaram Ortiz, informado del alto consumo de licor en los estudiantes,  intentó regular las festividades organizadas por jóvenes y aquellas que tienen relación con las celebraciones estudiantiles, disponiendo que empezaran temprano en la noche para evitar que culminen en altas horas de la madrugada, dada sus condiciones de menores y precisamente cuando suelen suceder accidentes.
Estas buenas intenciones no prosperaron porque las medidas fueron parciales, sin haber llegado a los estratos que constituyen el problema, para explicarles que lo que se buscaba era la seguridad de las personas con la aplicación de un cuidado mayor para su propia protección.
Ahora se intenta algo similar, pero generalizado a toda la población, mirando la calentura en las sábanas; porque quien desea libar aprovechará los días y horas permitidos para aprovisionarse del licor y seguir su costumbre. Claro que será restrictivo de alguna manera y ojalá sirva para reducir el consumo.
Sin embargo, aquello de liberar a los estadios de la prohibición de la venta de alcohol resulta contradictorio en cuanto a bajar el índice de violencia, puesto que es en los lugares en los que suelen encenderse las pasiones donde hay que controlar más su consumo.
Pero esto es educación. Si esta no se incrementa, de nada valdrán las medidas.