“A cuenta de que Manabí necesita obras públicas -y seguro que necesita de muchas– el precio de ellas no puede ser cualquiera: tiene que ser el justo.
El sólo hecho de existir contratos pendientes NO OTORGA DERECHO ALGUNO a que se los hagan a cualquier precio y menos aún que se pretenda tomar a Manabí como pretexto para impulsar algo que huele, desde muy lejos, a rancio. Sencillamente, no puede ser. La provincia no puede ser alcahuete de unos cuantos vivarachos, bien conocidos por cierto, que aprovechando nuestra desesperación por infraestructura, gritan, se desesperan, hacen alarde de patriotismo del malo, del barato con el sólo objeto de embolsicarse unos miles de dólares, lavarlos después y enseñarlos luego como dinero bien habido como si todos fuésemos ciegos y además tontos.
Y ellos piensan así porque ese cuento les ha dado resultado en el pasado. Es que junto a profesionales bien identificados que defienden a cualquier compañía extranjera por astronómicos que sean sus precios con los que facturan al estado –total el país es el que pierde de acuerdo a los cínicos- están bien acostumbrados a tomar a Manabí como escudo para protegerse de cuanto cuestionamiento se haga y a utilizarlo también como palanca para saltar cualquier obstáculo por grande que éste sea. Pero Manabí, cuna de hombres ilustres, es mucho más, sí, mucho más de lo que piensan los traficantes de la ética pública. Esos cuantos no representan a nadie: sólo son un símbolo de la decadencia actual de muchos y de la absoluta indigencia moral en la que viven aunque tengan, eso sí, dinero.
En esta ocasión, sin embargo, se les puede aguar la fiesta. Los manabitas conscientes, que somos la mayoría, no nos vamos a dejar embaucar por los alaridos de “manabitismo” de unos cuantos ni por los que tienen ubicado su corazón en los bolsillos. No, ellos no son manabitas ni quieren a la provincia: lo que buscan es el que el negocio se haga, el precio es lo de menos. Y por esta manera de ser, es que los manabitas tenemos una mala fama que de algún modo nos salpica y hace daño a todos. Hace poco, un prestigioso ciudadano me comentaba que en sus tiempos de burócrata cuando iba a Quito representando una conocida institución, los funcionarios del Ministerio de Economía, que no son arcángeles ni algo parecido, le decían: “allá toda la plata que se envía se pierde o la asignan a contratos con sobreprecios”. Esta vez entonces, no hay que dejarlos pasar para comenzar, al fin, a recoger el honor de la provincia que por culpa de ellos anda por los suelos.”
Esto lo escribí hace tres años. ¿Ha cambiado en algo lo que aquí comento?