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La vida en un abrazo …
La vida en un abrazo …
Por: Kathy Vera Moreira

Lunes 07 Junio 2010 | 00:00

Cual mendigo que lucha por ganar unos centavos o un pedazo de pan, un niño extiende sus brazos en busca de una caricia. Así grita el alma desde su más íntima profundidad por disfrutar del instante más perfecto de un abrazo, que convierte a un indigente en un capitalista, al insensato en el ser más cuerdo y centrado y al miserable en un tesoro de gracia y bendición.

El ser amado muchas veces intenta robarte un abrazo, se lo donas irremediablemente, hasta que juntos se columpian en el imponente deseo de cabalgar en nubes de algodón. Un sólo abrazo puede darnos la vida o quitárnosla si no lo damos a tiempo; puede robarnos la calma o introducirnos a un remanso de paz si entregamos la vida en su difusión.
Juzgamos a los amantes que se escapan precisando de un momento más natural, más vivificante, pero no podemos conceptuarlos ya que por amor rompan esquemas mentales de los moralistas descorazonados que direccionan su andar, guiados por intereses o por simular una vida que no es tal sino apariencias que sólo alimentan a los demás pero no a nosotros mismos. Se comenta que, para ser aceptado, hay que seguir las leyes de la “sociedad”, que no es más que suciedad. Con el paso del tiempo he llegado a recapacitar que para vivir hay que amar, puesto que si cometemos “locuras” nada las justifica si su origen no es el amor, aún si es por necesidad.
Otra bondad de los abrazos es que por medio de ellos podemos sumergirnos en la ternura, descrita por Bernard Fougéres como “cortesía del corazón, estremecimiento del alma, humectación de la mirada” y de esta manera humanizarnos un poco más, puesto que la única ocasión que tenemos es el cortísimo instante desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte, que resulta demasiado breve para alcanzar la perfección con que Dios nos necesita, para ayudarnos a comprender la desventura del ser que no es capaz de ofrecer un abrazo porque su condición se lo impide o porque un mal pensamiento invadió su razón, y se negó la oportunidad de sentirse entrañablemente ligado con ese latente sentimiento de afecto.
Misericordia es dar el corazón a los miserables y, gracias al Dios misericordioso, somos humanos y tenemos necesidades que, también gracias a Él, son saciadas, ya que las carencias intrínsecas del ser son transitorias en tanto y en cuanto nos permitamos abrir nuestro corazón figurativo al sentimiento más importante del ser: el amor y entregarlo a Dios, a sí mismo, a los demás y a todo lo bello que la vida nos presenta.
Y es así que un abrazo nos convierte en seres de luz, irradiando vida, acompañando a la existencia, pues esta última sola es carente de sentido. Un solo abrazo nos empuja al abismo del insondable corazón humano y a su confortable piedad. Un abrazo hace caso omiso de la crisis económica mundial y no hace más que ampliar su inmensurable capital.

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