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MONTAJE
Una noche en el museo II (o la tradición continúa)

Hacer películas para divertir y divertirse es una práctica que respeto, admiro, envidio y defiendo a capa y espada. Es, también, un lujo y, creo que justamente por eso, en Latinoamérica se hacen tan pocas comedias. De este lado del río, la gente gasta el escaso dinero dedicado a la producción cinematográfica en cosas mas serias. Todo esto resulta irónico teniendo una tradición, una historia cómica más que respetable. Cantinflas, Porcel, Olmedo y Chespirito son grandes entre los grandes y están a la espera de sus respectivos herederos. Pero bueno, hoy no hablaremos de eso sino de la divertida secuela de una de las mejores franquicias de Hollywood.

Domingo 24 Mayo 2009 | 17:23

El año pasado, Ben Stiller dirigió y protagonizó Una Guerra de película, simplemente una de las mejores comedias de todos los tiempos. Y aunque ya habrá logrado algo similar en 2001 con la aclamada y generacional Zoolander, Una Guerra de película lo puso en otro nivel como realizador y como intérprete. Ahora vuelve en el papel de Larry Daley, el guardia de seguridad de un museo en el que todo cobra vida cuando llega la noche. Este principio, en apariencia básico y dependiente de una cantidad abrumadora de efectos especiales, es una puerta abierta hacia la aventura. Cualquier persona que haya visitado un museo (de esos que en el Ecuador escasean y en Manabí ni se diga) y que tenga algo de imaginación ha considerado, seriamente, la posibilidad que esta película hizo realidad en su primera parte. De niños soñamos con que nuestros juguetes, en un fenómeno que mezclara las experiencias de Pinocho y Frankestein, cobren vida y nos hablen de tu a tu. Pues bien, eso es lo que pasa en las noches del museo que cuida Stiller las que nosotros, si somos responsables, estamos en la obligación de jugar. Una película para ver con canguil, nachos que se hunden en queso derretido y todo el té helado que el cuerpo humano pueda resistir. Esta vez, el museo es el famoso Smithsonian y al elenco de la anterior se juntan el gran Hank Azaria y las dos veces nominada al Oscar Amy Adams (que tiene perdidamente enamorados a más de uno). Ben Stiller sabe lo que hace, porque lo hace y, lo más importante, cómo hacerlo. No se vende, no tranza, no se las da de genio intelectual ni mucho menos y tiene una moral clara e inamovible. Así como el mundo necesita de los grandes pensadores que todo lo cuestionan, también necesita, en igual o mayor cantidad, personas como el bueno de Ben Stiller, el tipo de hombre que vino a hacernos reír, a decirnos que está de nuestro lado y que nada es realmente tan importante.
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