Esta es una de las razones por las cuales la circulación vehicular sigue siendo la misma suerte de ruleta rusa que ha ensombrecido al país, con un increíble registro de accidentes porcentualmente fatal y vergonzoso a nivel internacional. Continuamos en el obscurantismo educativo vial, con el anarquizante sistema de hacer cada quien lo que le viene en gana, irrespetando señales, creando riesgos, colapsando ciudades y carreteras, acciones facilitadas, también, por la ausencia de controles, eficientes y efectivos de los organismos encargados del control, especialmente de la Policía de Tránsito, institución que, por su parte, se encuentra abrumada por la falta de personal, equipos y vehículos para cumplir con su labor. La educación vial continúa como quimera, y el gobierno debería impulsar las enseñanzas sobre la materia desde las escuelas, creando una programación especial que aleccione al ciudadano desde temprana edad para convertirlo en un futuro respetuoso habitante a la ley y el orden. Porque, creado el respeto a una ley, por conciencia se da la obediencia a las otras leyes; pues es lo maravilloso de la educación: despertar la razón de lo que debemos o no hacer, de seguir los procedimientos correctos que nos llevarán al progreso, de aceptar disposiciones cuyos objetivos nos dirigen al bienestar colectivo. Es verdad que se dan voces de protesta contra ciertos articulados de la nueva ley de tránsito, pero aquello no disminuye la obligatoriedad del ciudadano conductor a encuadrarse en las disposiciones emitidas para la regulación de la circulación vehicular, así como lo correspondiente al comportamiento del peatón, en cuanto al respeto a la vida y al orden social.