Actualizado hace: 931 días 14 horas 4 minutos
Lenin Manuel Moreira Moreira
Una evaluación en discrepancia

La evaluación con carácter vertical, de arriba hacia abajo, dispuesta por el Ministro de Educación a los profesores en servicio activo, es otro error del Secretario de Estado, que se suma a la obligatoriedad de que los estudiantes de segundo año de bachillerato solamente participen en el campo de alfabetización como condición “sine qua non” para graduarse.

Jueves 14 Mayo 2009 | 21:21

Sobre este segundo aspecto emití un comentario a raíz de la expedición de ese acuerdo ministerial, indicando, entre otras razones, que sin desconocer la importancia de la alfabetización, que la oferta era mucho mayor que la demanda en proporción geométrica. Y el tiempo me ha dado la razón al palpar la angustia de alumnos, profesores y padres de familia, que de manera constreñida tienen que cumplir con ese requisito, que se ha transformado en un escenario “sui generis” por su aplicabilidad. En lo que atañe al primer punto, hay que enfatizar que el profesor al adquirir su título docente fue evaluado en el instituto o universidad respectivos para graduarse de profesional en educación. Ahora bien, en el desempeño de su labor el profesor es evaluado constantemente por su inmediato jerárquico en la cadena escolar, porque es competencia de los actores del universo educativo. El maestro al final del año lectivo tiene una calificación de su desempeño en el aula, que es la que importa, emitida por el supervisor. Es decir, el profesor es evaluado permanentemente. Que el sistema educativo adolece de fallas, es verdad; pero esto es de índole cultural y no involucra al universo magisterial. En educación no hay fracasos, el avance educativo es notorio y su despegue es evidente, sin desconocer que hay factores que inciden en que no exista la uniformidad en la heterogeneidad, pero esto tiene sus causas de orden socio económico, político y cultural. La disposición ministerial está dada con sentido unilateral, recogiendo un sector de críticos acervos que se olvidaron, en su ingratitud amnésica o consustancial con su ser, de quienes les enseñaron sus primeras letras. Al margen de la amenaza del despido del cargo, su efecto es de índole moral al profesor que es puesto en predicamento ante la faz pública, cuando, al contrario, debe ser sujeto, no objeto, de reconocimiento por su prolífica labor. La UNE tiene razón. La capacitación y mejoramiento pedagógico debe darse por parte del Estado; es ese proceso pedagógico está inmersa la evaluación, en la que se destaca la autoevaluación del docente que éste la requiere como principio. Hacerla como condición de estabilidad en el Magisterio es una equivocada política que dará lugar a que se agregue material a los detractores de este Gobierno que, en conjunto, todavía tiene credibilidad.
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